Una singular estructura geológica favorece la aparición de manantiales naturales a los pies del promontorio, en la llanura aluvial del río Francolí. También la presencia de un extenso lago subterráneo y del río a 500 metros del asentamiento debieron jugar un cierto papel. Entre estas surgencias destacaba la Fuente de los Leones, monumentalizada en la segunda mitad del siglo II a.C. siguiendo modelos helenísticos, con un gran depósito con una capacidad de unos 40 m3 provisto de un pórtico. Esta fuente perduró en el tiempo con distintas reformas y continuó en uso hasta el fin de la época tardoantigua.
Con la llegada de los romanos, una vez superadas las fases bélicas iniciales y con la consolidación de una gran ciudad, capital de una nueva provincia, los recursos se mostraron claramente insuficientes. Era necesario proveer una urbe más extensa, con más habitantes y situada a una mayor altura. Por ello, ya desde época republicana se procedió a la realización de obras encaminadas a aumentar el caudal hidráulico.
Los primeros acueductos de Tarraco
La primera obra de cierta entidad en Tarraco fue un cuniculus, una galería excavada en la roca a una cota de más de 10 metros por debajo de la ciudad romana de la que conocemos, por ahora, una longitud de 68 m que son los que han sido excavados arqueológicamente. Presenta una sección de 2 m de altura y una anchura variable de entre 40 cm y 1 m. Se desconoce el origen del agua pero se dirige al lugar donde más tarde se edificaría el teatro romano, donde se hallaría una fuente pública que sería fundamental como punto de aguada para el puerto de Tarraco, de gran importancia estratégica, militar y comercial. Esta obra de raíz etrusco-romana quedó abandonada a finales del siglo I d.C.
También en época republicana debemos situar el primer gran acueducto de Tarraco (fig. 2), identificado recientemente. Aunque no se han hallado restos en todo el recorrido, es posible reconstruir el trazado en función de la orografía. El caput aquae estaría en el río Francolí a la altura de Puigdelfí (8,5 km al norte de Tarragona), y después de un recorrido sinuoso de unos 18 km llegaba a Tarragona. Los distintos tramos conocidos muestran un canal que discurre en superficie principalmente excavado en la roca. Es de sección rectangular o incluso trapezoidal y no cuenta con ningún tipo de revestimiento. Todos los indicios apuntan a un canal abierto de 1 metro de anchura de base (incluso superior en algunos puntos), sin ningún tipo de cubrimiento. El abandono de esta canalización se data hacia el cambio de era.
Los acueductos altoimperiales
En ese momento –época augustea– se realizan nuevas infraestructuras hidráulicas (fig. 3). Destaca el Aqua Agusta, único acueducto del que nos ha llegado el nombre a través de una inscripción. La toma de aguas está en Puigpelat, unos 20 km al norte de la ciudad, en el torrente de La Fonollosa, un afluente del margen izquierdo del Francolí. Tras un recorrido de unos 30 km que incluía dos pequeños puentes (no conservados) y 7 galerías subterráneas excavadas en la roca a bastante profundidad (fig. 4) llegaba a la acrópolis, abasteciendo los grandes monumentos provinciales: el foro y el circo, además de buena parte de la ciudad situada a cotas inferiores. El acueducto presenta un trazado sinuoso ya que se adapta a la orografía del terreno, buscando la pendiente adecuada para que el agua fluya por gravedad. La mayor parte del trazado discurre a muy poca profundidad. Es, de todos los acueductos tarraconenses, el que presenta una tipología más compleja. Se trata de un specus formado por dos muros encofrados paralelos de piedra ligeramente desbastada unida con mortero de cal cubiertos por una bóveda de cañón. El pavimento, como la cara interna de los muros, cuenta con un recubrimiento impermeabilizante. Las medidas interiores son de unos 140 cm. de altura por 70 de anchura (fig. 5). La conducción dispone de registros cuadrangulares abiertos en la bóveda (spiramina) que cumplían la misión de facilitar el acceso del personal de limpieza y mantenimiento.
Los restos se conservan bastante bien y pueden seguirse con relativa facilidad, ya que normalmente han sido reutilizados como muros de contención en los campos de cultivo. Desgraciadamente, del grandioso puente o sifón final que unía la colina de La Oliva con la acrópolis no queda nada y únicamente se ha hallado la cimentación de alguno de los pilares. Se calcula que tendría una longitud superior a los 700 m y una altura máxima de unos 25 m. Posiblemente fue desmontado en la tardoantigüedad o en el alto medioevo para aprovechar los sillares.
En una época indeterminada el Aqua Augusta fue dotado de una aportación suplementaria, quizás a causa de una disminución del caudal o bien para satisfacer un aumento de la demanda. Así, fue construido el acueducto del Gaià, que tomaba el agua de dicho río, en las cercanías de Pont d’Armentera (situado a unos 30 km al norte de Tarragona), en un área litológicamente poco permeable que favorece un curso continuo incluso en verano, y la dirigía hacia Puigpelat, conectando con el acueducto anteriormente descrito. Uno de los aspectos más destacables es que en su trazado se produce un trasvase de cuencas hidrográficas, del rio Gaià hacia el Francolí. El recorrido de esta conducción es de unos 20 km, que sumados a los 30 km del Aqua Agusta dan como resultado un acueducto de 50 km de longitud. La cronología es desconocida, aunque lógicamente debe ser posterior a aquella a la que vierte sus aguas.
Tipológicamente puede definirse como un canal en forma de U con unas medidas internas de 40-50 cm de base y 60 cm de altura, con dos muretes paralelos y pavimento construidos en hormigón, sin revestimiento interno, todo muy compacto. Suponemos que la canalización estaría cubierta con losas de piedra; el escaso grosor de los cajeros no permite la existencia de una cubierta abovedada, de la que no se encuentra, además, ningún testimonio (fig. 6).
Las palabras «acueducto» y «Tarragona» se asocian siempre al Pont de les Ferreres, un magnífico puente que forma parte del llamado acueducto del Francolí. Es un verdadero alarde de la arquitectura romana y sin duda una de las arcuationes más populares de Hispania, junto con las de Segovia y Mérida (fig. 1). Se sitúa 3,5 km al norte de la ciudad y, con unas medidas de 217 m de longitud y una altura máxima de 27 m, presenta dos órdenes, con 11 arcos en el inferior y 25 en el superior. Estos arcos tienen una luz de 5,90 m (20 pies) y descansan sobre pilares de sección cuadrangular. La decoración es muy simple, y se limita a cornisas rectas en el arranque de los arcos y coronando cada uno de los órdenes. El aparejo es de opus quadratum con grandes sillares almohadillados, a excepción de los estribos que son de opus caementicium.
El punto de captación del acueducto se sitúa en el tramo final del Torrent de la Fonollosa, poco antes de desembocar en el Francolí. Este hecho es importante porque implica que la toma de aguas no es el río Francolí, sino un torrente tributario, el mismo que da origen al Aqua Augusta aguas arriba. El recorrido hacia el sur continua paralelo al río y a partir de cierto punto se encabalga al acueducto republicano que mencionamos al principio, de forma que en diversos lugares es posible ver la superposición de ambos (fig. 2). No se conocen tramos en galería pero forzosamente existieron cinco puentes, la mayoría de los cuales han desaparecido. El quinto, último y mayor de ellos, es el Pont de les Ferreres. La longitud total de este acueducto es de 23 km con una cronología del siglo I d.C.
La tipología de la canalización es muy similar a la descrita para el acueducto del Gaià, pero de dimensiones algo superiores. Sin embargo, al llegar a la zona periurbana el specus varía de sección y se asemeja al Aqua Augusta, que está cubierta con bóveda de cañón y cuyo interior es transitable. Se conserva un tramo en perfecto estado en el Camí de l’Àngel (fig. 7).
El bajo Imperio
El cuniculus y el acueducto republicano quedaron inutilizados en el siglo I, momento en que fue creada una nueva red de acueductos. Es evidente que estos cumplieron bien su función y llegó a la ciudad un caudal suficiente de agua para abastecer las necesidades de una gran capital, incluidas las lúdicas. Como sabemos, el mantenimiento de estas infraestructuras precisaba de un costoso mantenimiento de limpieza y reparación. Sin duda durante el alto Imperio los acueductos funcionaron con normalidad. Se desconoce el momento en que los acueductos de Tarraco dejaron de cumplir su función. Sabemos que la razzia de los francos de ca. 260 d.C. afectó la ciudad de Tarraco, especialmente los suburbios y algunas villas cercanas, como explícitamente citan los textos y corroboran las pruebas arqueológicas. Cabe pensar en una probable afectación de las conducciones hidráulicas. No obstante, y al tratarse de infraestructuras vitales debemos pensar que serían rápidamente reparadas. En todo caso, grandes edificios termales como el localizado en la calle de Sant Miquel fueron restaurados y siguieron funcionando como tales.
A partir del siglo V se constata la construcción de nuevas cisternas para la recogida de aguas pluviales en la acrópolis de la ciudad. Ello puede ser un indicio del colapso de la infraestructura de traída de aguas, quizás debido a una falta de mantenimiento. Las excavaciones arqueológicas realizadas hasta el momento no han arrojado luz en este sentido.
En todo caso, las investigaciones desarrolladas en los últimos años por el Instituto Catalán de Arqueología Clásica han supuesto un gran avance en el conocimiento de la red hidráulica de la antigua Tarraco. Las intensas prospecciones llevadas a cabo en el territorio y las numerosas catas efectuadas han renovado totalmente el panorama; ahora conocemos exactamente cuantos acueductos había, su trazado y las características de cada uno. La labor de estudio continua activa y esperamos publicar más adelante un estudio pormenorizado. El proyecto «Los acueductos romanos de Tarraco» está financiado por el Instituto Catalán de Arqueología Clásica, el Consorcio de Aguas de Tarragona, la Fundación Privada Mutua Catalana, la Fundación Palarq, los ayuntamientos de Els Pallaresos, Perafort, Puigpelat y La Secuita, y el Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya; con la colaboración de EMATSA y de la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense.
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